En casa de mis padres, siempre hubo un gusto por lo artesano, por hacer cosas caseras en familia y disfrutar de los dulces y de la comida bien hecha.
Cómo buena Leonesa, soy una amante de la Montaña, de sus pueblos con encanto y de sus gentes. En concreto de pueblos que han sido duramente castigados por la extinción de la minería y que su única esperanza es el sector servicios.
Un pueblo con los servicios básicos es un pueblo con vida y ese era mi propósito, dar vida y aportar valor.
Finalmente fue La Pola de Gordón el lugar escogido, un pueblo amable, con una calidad paisajística inmejorable y en plena Reserva de la Biosfera del Alto Bernesga.
Decidí formarme en el Centro Saper de León creado por Don Santiago Pérez (inventor de las tan leonesas rosquillas de San Froilán) hace ya más de 50 años y bajo la batuta de su hijo Alberto Pérez, concluí mis estudios de Pastelería General, Decoración en Chocolate y Panes Artesanos.
Un agradecimiento especial a mi Maestro Alberto Pérez, gracias a ti, he encontrado mi propósito.
Comenzó esta aventura de «A Punto de Nieve» (creo que el nombre no podía ser otro, ya que la nieve está muy presente en nuestros largos inviernos…) en lo personal me ha hecho valorar cada vez más este oficio, la pastelería que se hace desde el cariño y con corazón.
Y por supuesto, no me veo en otro lugar, si no aquí, entre harinas y montañas.
Los pasteles que más disfruto haciendo son las elaboraciones con pasta choux, en todas sus versiones: petit choux, éclairs y profiteroles. Hay algo mágico en su ligereza y versatilidad.
El que más me gusta comer, sin embargo, es nuestra tarta de queso, hecha aquí en el obrador con una receta secreta que guardo con mucho cariño. Es mi pequeño placer culpable.
Un reto pendiente que me encantaría asumir son los merlitones o merles, esos dulces tan especiales creados por Don Santiago Pérez, el mismo maestro pastelero que ideó las famosas rosquillas de San Froilán. ¡Qué orgullo que fuera el padre de mi profesor!
De los dulces de toda la vida, el que más me transporta a mi infancia son los bizcochos almibarados. Me encantan con todo tipo de rellenos, pero el que preparo mucho últimamente es el de limón y arándanos, hecho con fruta natural y bañado en un almíbar que mezcla zumo de naranja, limón y lima. Una combinación que es pura frescura y sabor.